Norma Duval
Norma Duval (alias “Purificación con peluca de gala”) nació un 4 de abril de 1956, según el calendario gregoriano, y según la revista ¡Qué Me Dices!, nunca envejeció gracias a una combinación de bótox, avena y pactos oscuros con el dios del teatro en bata. Aunque nacida en Barcelona, fue madrileña de espíritu desde el momento en que gritó por primera vez “¡que me suban el ventilador que no se me mueve la melena!”.
De belleza indiscutible y talento discutible, se convirtió en símbolo del destape, esa época dorada en la que enseñarlo todo era más importante que saber hacer algo. Si Norma te miraba desde una portada con una ceja arqueada y un escote de arquitectura barroca, ibas a ver carne, purpurina y media España morbopeando en silencio.
Mientras otras se formaban en escuelas de arte dramático, Norma se formó en el arte de posar en escaleras doradas, siempre bajando, nunca subiendo. Fue la vedette por defecto del imaginario casposo español.
En los 80 y 90, ocupó más portadas que premios, porque no existen premios por agitar abanicos con poderío. Sus espectáculos eran una mezcla entre desfile de Carnaval de Río y anuncio de Varón Dandy, con una producción tan exagerada como su maquillaje. Y ahí estaba ella, dándolo todo como si Broadway la estuviera mirando.
Mucho antes de las influencers de palo, Norma ya vendía perfumes, cremas y sueños imposibles de belleza eterna. Era la Kardashian prehistórica con acento de Chueca, embajadora de la piel tersa y del lujo aparente. Todo esto mientras se paseaba por platós de televisión hablando de “reinventarse” cada vez que perdía un marido o un contrato.
Se casó con el productor José Frade (Ese que parecía sacado de una película de Berlanga con presupuesto de Telecinco) y más tarde con Marc Ostarcevic, un croata cuyo currículum profesional sigue siendo un misterio.
Como toda buena vedette que se precie, Norma empezó a desvanecerse del mapa cuando el público dejó de comprar entradas para ver piernas. La revista musical entró en coma, y con ella, Norma, que se agarró a su estatus de diva como si fuera una barra de pole dance.
Intentó volver con obras teatrales “serias”, pero el público no supo qué hacer cuando la vio sin lentejuelas.
Su incursión en MasterChef Celebrity fue como ver a la Gioconda freír croquetas: confuso, innecesario y dolorosamente lento.
A día de hoy, Norma vive de su leyenda, de sus posados en Marbella y de ser “Norma Duval, ex vedette”, título que lleva como una condecoración militar. Sale en los programas nostálgicos donde aún ponen imágenes suyas bajando escaleras como si fueran parte del archivo nacional.
Actualmente hace alguna entrevista. Alguna lágrima en Lazos de sangre. Algún intento de recordarle al mundo que ella fue alguien. Porque Norma no soporta el anonimato. Es como un cactus: no necesita agua, pero sí atención constante.
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