María Jesús Montero

María Jesús Montero es una política española plueberina del CorruPSOE conocida por ser La Charo Suprema que parece una colaboradora del Sálvame después de meterse una raya de azúcar glas.

Actual vicepresidenta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, cargos que ostenta con la misma alegría con la que una inquisidora que cree que nunca se debe de cuestionar el testimonio de las víctimas. Si es mujer.

Su mayor logro es haber conseguido que la gente eche de menos a Montoro, algo que parecía humanamente imposible. 

Pero nada comparable a sus poderes adivinatorios como cuando predijo la imputación del novio de Ayuso. O eso o filtró la información y el periodista le dijo que a primera hora la publicaba, luego se lió y hasta la noche no la hizo pública y ella se fio de que el periodista haría su trabajo bien.

Solo queda que esta palmera del sanchismo se hunda en el mismo barco

Infancia y juventud

Criada en Mopongo Sevilla, la pequeña María Jesús ya mostraba un talento precoz para la economía creativa: cobraba el recreo a sus compañeros con la promesa de “redistribuir el bocadillo”, aunque casualmente siempre acababa con más chorizo que nadie. 

Estudió Medicina, lo cual explica su habilidad para aplicar el copago emocional a cualquier ciudadano que ose facturar sin IVA. Abandonó el bisturí por el presupuesto público al descubrir que operar corazones da menos poder que operar presupuestos generales. 

Carrera política

Su carrera empezó en el Servicio Andaluz de Salud, donde demostró que es posible gestionar miles de millones sin que llegue ni un fonendo, ni una cita médica, ni una auditoría que no acabe convenientemente extraviada. Fue allí donde perfeccionó el arte de la gestión opaca con acento afable, convirtiéndose en la Florence Nightingale de los fondos públicos, solo que sin lámpara, sin cura y con sospechas de facturas infladas.

Posteriormente, fue Consejera de Hacienda de la Junta de Andalucía durante el legendario “reinado del PERonismo mágico”, donde los papeles de los ERE se movían más que los camiones de TVE durante elecciones.

 En 2018, Pedro Sánchez —en uno de sus habituales gestos de nepotismo ilustrado— la convirtió en ministra de Hacienda. Desde entonces, ha sido la encargada de demostrar que la recaudación no tiene límites… salvo los morales, que afortunadamente no le afectan. 

Su reforma tributaria se resume en tres pasos: Detectar cualquier actividad económica viva. Gravarla hasta que implore clemencia. Culpar a Ayuso y utilizar el ministerio de hacienda para instrumentalizar una campaña de fango contra Ayuso, filtrando los datos y violando la privacidad de su pareja.

También Sopone a la bajada de impuestos en Madrid; y “sopone” a los jueces; y “sopone” a la Declaración Universal de los Derechos Humanos que consagra, como principio jurídico fundamental en cualquier democracia, la presunción de inocencia; y “sopone” a las universidades privadas.

En el Congreso, habla con esa melodía andaluza cateta que convierte cualquier subida de impuestos en algo que suena a vendedora del mercao. Ha logrado la hazaña de que los autónomos lloren incluso antes de que les llegue la notificación de Hacienda. 

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