Ana Belén

Canta lo justo,
cobra lo necesario
Ana Belén es una cantante de sonrisa displicente y pose de mear colonia.

Encarnación del feminismo y socialismo de salón: ese que quiere que los pobres sigan pobres para poder seguir cantando sobre ellos desde una tarima bien iluminada y mejor pagada.

Diva Progresista con Fondos Públicos™, Santa Patrona del Subvencionismo Cultural, Señora de la Ceja, Madre de la Gala Benéfica. Intérprete de discos que suenan todos igual, películas que nadie recuerda y un estilo de militancia escénica que cabe en un camerino con minibar.

Símbolo viviente de la izquierda teatralizada, con presencia obligatoria en galas de televisión pública, donde aún hay quien cree que el arte comprometido se mide en subvenciones y chalecos étnicos.

Su ideología es un cóctel templado: Marx diluido en guitarras suaves, feminismo de marquesina y antifranquismo retroactivo con regusto a cava ecológico.

Inicios

Nace en Madrid en 1951, durante el franquismo, lo cual menciona solo para criticarlo, nunca para admitir que también se crió en él.

Desde pequeña ya apuntaba maneras: cantaba en casa, recitaba poesías que no entendía y miraba con superioridad a los electrodomésticos. A los 13 años entra en la radio convencida de que el mundo necesita su mensaje, aunque todavía no sepa cuál es.

Más tarde se reinventa como Ana Belén, porque su nombre real, María del Pilar Cuesta, sonaba demasiado a funcionaria de ventanilla que vota a UCD.

“Belén” le pareció más místico, más evocador, más acorde con la revolución interior que estaba a punto de subvencionar.

La Transición

Durante la Transición, cuando cualquier español con una guitarra y dos ideas progresistas encontraba contrato discográfico y plaza en TVE, Ana Belén se alza como la voz de la izquierda bien planchada.

Cantaba para el pueblo, pero el pueblo no la escuchaba: su público estaba en las butacas de terciopelo de teatros municipales.

Los obreros tarareaban Eskorbuto, mientras los votantes del PSOE con apartamento en Altea suspiraban con La Puerta de Alcalá.

Es aquí cuando entra en escena Víctor Manuel: compañero sentimental, socio artístico y copropietario del patrimonio cultural-folclórico del Régimen del 78.

Juntos crean la música protesta más inofensiva del siglo: una suerte de canción de autor con rímel y presupuesto del Ministerio.

Cine y Teatro

Se lanza al cine con ceño fruncido y dicción impecable. Interpreta siempre a la misma mujer: sufrida, comprometida, empoderada, republicana y, si el guion lo permite, con monólogo final mirando al horizonte.

Su estilo actoral se define como “emocionalidad controlada para progresistas de gala benéfica”.

Los directores que aún filman como si Franco pudiera entrar en el rodaje en cualquier momento la adoran.

Si un personaje fuma en escena, llora con dignidad o dice “¡basta ya!” entre cuerdas de violonchelo, probablemente lo interpreta Ana Belén.

En teatro ha hecho a Lorca, Brecht, Chéjov, y a cualquier autor suficientemente muerto como para no quejarse de su versión adaptada por algún sobrino del INAEM.

El Ocaso

Pasan los años, pero Ana Belén permanece. Inmune al tiempo, al desgaste y a las novedades.

Sigue apareciendo en las mismas galas, con las mismas canciones, y el mismo tono de voz de anuncio de ONCE.

Cuando no está recogiendo premios por “trayectoria” (es decir, por seguir), está publicando reediciones orquestadas o duetos con cantautoras emergentes que aún no han descubierto lo que es el trabajo fuera del circuito de festivales públicos.

Ana Belén no se retira: se multiplica por mitosis cultural, como los coros institucionales o los discursos de clausura.

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