Karina

María Isabel Llaudes Santiago, conocida como Karina es, por derecho propio, una de las figuras más brillantes del pop español... y también una de las más resistentes, como el gotelé o las uñas de gel. 

Empezó su carrera cuando aún no existía el reguetón, ni el autotune, ni la vergüenza ajena en Eurovisión.

En los años 60 y 70 era la novia de España, porque España no estaba para muchas relaciones abiertas. 
Su hit Las flechas del amor se convirtió en el himno de toda una generación de chicas bien que soñaban con un príncipe azul que no votara a Alianza Popular. Su imagen de rubia angelical, mezcla entre Candy Candy y azafata de Iberia, ocultaba a una mujer con voz dulce, nervio escénico y una capacidad legendaria para meterse en camisas de once novios.

La cúspide de su carrera vino con Eurovisión 1971, donde quedó segunda con En un mundo nuevo. 

A lo largo de su carrera grabó discos, participó en películas y se convirtió en parte inseparable del imaginario kitsch español, junto a Lina Morgan, Chicho Ibáñez Serrador y las bolas de Navidad con purpurina.

Pero si su carrera artística fue una montaña rusa, su vida sentimental es directamente PortAventura con trampa mortal.

Más allá de sus cuatro matrimonios (más una relación con el Señor Roca, según ella misma confesó entre líneas), destaca el sexto sentido de Karina para escoger a sus parejas. Si los gays tienen radar, Karina tiene una antena parabólica instalada por Iker Jiménez. Sus elecciones amorosas han sido tan precisas como un francotirador tuerto.

Uno de los amores más mediáticos fue Juan Miguel, peluquero deluxe con estética de conjuro de peluquería de barrio. En lo profesional, experto en mechas. En lo emocional, un apagón sentimental. Mientras Karina soñaba con el amor eterno, él le daba volumen al flequillo y al silencio incómodo.

Y no podemos olvidar a Domingo Terroba el bolso, que suena a villano de Los Fruittis pero fue un novio tan real como un unicornio en la cola del INEM. Domingo acudió a DEC (Desesperación Emocional Cotizada) a asumir su verdadera orientación y confesar que la relación con Karina fue más ficticia que la boda de Kiko Rivera con el sentido del gusto.

A pesar de los tropiezos del corazón, Karina ha seguido adelante. Ha cantado en cruceros, en parques, en televisión, en realities, en cumpleaños y probablemente en alguna comunión donde nadie la reconoció, excepto una señora.

Hoy Karina es una leyenda viva, un icono de lo que fue y de lo que todavía puede ser: la prueba definitiva de que se puede sobrevivir a Franco, a Eurovisión, a Juan Miguel, a Domingo Terroba y a las entrevistas de María Teresa Campos.

Y todo sin dejar de ser rubia, sin perder la sonrisa, y con más laca que el Museo del Prado tiene cuadros.

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