Cola de Supermercado
Es el único lugar donde el ser humano deja de fingir que controla su vida. Un espacio liminal en el que el pasado (la compra ya hecha) y el futuro (la salida) existen, pero el presente se estira como un chicle metafísico pegado al suelo.
En ella se manifiesta el verdadero carácter humano: el que avanza medio centímetro sin motivo, el que suspira como si cargara con siglos de historia, el que revisa el móvil aunque no tenga cobertura ni dignidad, y el que coloca los productos sobre la cinta con una solemnidad religiosa, convencido de que el orden de los yogures influirá en el destino.
La cola del supermercado es también un experimento social sin consentimiento. Nadie sabe quién llegó primero, pero todos están convencidos de tener razón. El concepto de justicia se reduce a una mirada pasivo-agresiva.
Para los más avanzados espiritualmente, la cola representa la suspensión del yo. El individuo se disuelve en un colectivo silencioso, unido por el sonido del bip del escáner y la esperanza común de que no falle la tarjeta. Cada producto que pasa es una cuenta atrás, cada pausa del cajero una pequeña muerte interior.

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