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Alaya, regresando del Carrefour
donde no le daban bolsas de la compra |
Mercedes Carmen Alaya Rodríguez, es una juez que de tanto
botox que tiene no puede casi ni gesticular. Solo tiene dos gestos; mirada perdida hacia delante y mirada perdida hacia abajo. Se la suele ver de camino hacia los juzgados con su carrito-maletín donde lleva más modelitos para otros días, momento en el que siempre es fotografiada por el fotógrafo salido de turno para guardarla en su colección. Su sueldo lo gasta en modelitos para que cuando le hagan estas fotos no repetir ni modelito ni carrito. El PSOE ha intentado recusarla una y otra vez, ya que es de las pesadas que buscan hacer justicia, pero nunca ha salido adelante. Se le adjudicaban uno, dos o cuatro hijos, dependiendo de la fuente. En cualquier caso seguro que tiene algún hijo... o no. Si su marido se la folla mal, recurrire el polvo y pedirá su castración. Bajo esa apariencia de frágil se esconde una fuerte personalidad. Es capaz mantener firmes como una vela a cincuenta abogados en su despacho, tíos con veinte años de experiencia. No hay quien le tosa.
Llevaba desde 1998 al frente del juzgado de instrucción número 6 de Sevilla. Hasta que los ERE fraudulentos de la Junta de Andalucía y el caso Mercasevilla le fueron convirtiendo en cada vez más mediática. Pero el caso que verdaderamente la catapultó a la fama fue la gestión del Real Betis. Su investigación hizo que desapareciera del mapa
Manuel Ruiz de Lopera, cosa que le hizo ganarse la simpatía de muchos béticos. Se pilló una baja por enfermedad, pero cuando volvió recuperó pronto el tiempo perdido y ordenó detener o citar como imputados a una treintena de implicados en los ERE.
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