Kevin Smith
Lo cierto es que Kevin Smith sigue siendo fiel a su estilo: hablar mucho, hacer películas raras, y recordarnos que, en Hollywood, siempre hay lugar para un tipo con barba, una gorra hacia atrás y el poder del chiste escatológico.
Nacido en Nueva Jersey, cuna del esmog, los pantalones anchos y el sarcasmo involuntario, se convirtió en el héroe improbable del cine indie gracias a Clerks, una película rodada con el dinero que normalmente se gasta en dos cafés de Starbucks y media caja de Donettes.
Clerks fue un éxito inesperado, como cuando uno se tira un pedo en el ascensor y todos felicitan al perro. Gracias a ella, Smith se volvió el mesías de los frikis que no tenían todavía Netflix ni dignidad.
Impulsado por su flamante título de “director prometedor”, dirigió Mallrats, una película que intentó capturar la esencia de pasar horas en un centro comercial sin comprar nada. Incluía cameos de Stan Lee y Ben Affleck, cuando aún se pensaba que eso era una buena idea.
Luego vino Persiguiendo a Amy, un drama romántico sobre la identidad sexual, la inseguridad masculina y el noble arte de arruinar una relación por ser un idiota. Con esta peli, Smith demostró que podía escribir cosas con más de tres frases por escena.
Pero entonces llegó Dogma, una película que intentaba hacer comedia con temas religiosos, lo cual es siempre una gran idea si quieres ganarte una carta de odio del Vaticano y otra de agradecimiento de los ateos sarcásticos. Con ángeles, demonios, y Alanis Morissette como Dios, Dogma fue un experimento teológico comparable a hacer misa en una convención de Star Wars.
A partir de ahí, Kevin Smith entró en su fase de “vamos a ver cuánto más raro puedo hacerlo antes de que me cancelen”. Jay y Bob el Silencioso Contraatacan fue un tributo a sí mismo que solo podían entender quienes habían visto todas sus películas anteriores o habían consumido setas alucinógenas.
Una chica de Jersey, su intento de ponerse serio, fue tan bien recibido como una piñata llena de recibos de impuestos. Después vino Clerks II, que fue como cuando te reencuentras con tu ex solo para recordar por qué lo dejaste.
Entre otras joyas de su etapa “me da igual todo”, está Vaya par de polis, una comedia policial sin comedia ni policías, y Tusk, una oda al terror corporal y al mal uso del presupuesto.
Tras meditar cinco minutos y una docena de donuts, Kevin anunció que Hit Somebody sería su última película, a menos que, claro, le fuera bien en taquilla, en cuyo caso se plantearía seguir… porque uno puede renunciar al arte, pero no a las facturas. Esa película nunca se hizo.
Siguió filmando como si el mundo se acabara y solo él tuviera una cámara y acceso ilimitado a weed medicinal.
Primero llegó Red State (2011), una película de terror político/religioso/surrealista que nadie vio, excepto críticos que querían decir: “Bueno, al menos no es Mallrats 2”. Con una mezcla de fanatismo, violencia y John Goodman con cara de “yo antes salía en pelis mejores”, Red State fue lo más lejos que Smith ha estado de sus orígenes… y del buen gusto.
Pero si creías que eso era raro, prepárate: llegó Tusk (2014), una historia que surgió en uno de sus podcasts —porque, claro, ¿qué mejor que convertir chistes internos en cine de terror corporal?—. La trama: un hombre es secuestrado por un loco que quiere convertirlo en una morsa. No es metáfora. Literalmente. Una. Morsa. Peluda. Con colmillos.
La gente no supo si aplaudir o llamar a emergencias psiquiátricas. Smith, encantado con la confusión, respondió haciendo algo aún más perturbador: una secuela indirecta llamada Yoga Hosers (2016), protagonizada por su hija Harley Quinn Smith y la hija de Johnny Depp, con Johnny Depp incluido, interpretando a... bueno, algo. Nazis salchicha, yoga y monstruos de plástico derretido. Fue como Stranger Things, pero sin nostalgia ni presupuesto ni dirección artística. A nadie le gustó, pero Smith lo celebró como “la mejor película para adolescentes que odian las películas”.
Después de eso, Kevin decidió volver a lo seguro: Clerks III, porque si algo falla, nada mejor que desempolvar al viejo Dante y Randall y hacerlos sufrir de nuevo. La película fue tan melancólica que muchos salieron del cine preguntándose si acababan de ver una comedia indie o su propia crisis de mediana edad proyectada en 90 minutos de trauma emocional y cameos.
Entre sus otras proezas figura haber dirigido algunos episodios de series como The Flash y Supergirl, donde básicamente le dieron permiso para jugar con personajes importantes mientras los verdaderos guionistas tomaban café. Nadie lo detuvo. Aún no lo hacen.
En medio de todo eso, Kevin Smith también se reinventó como predicador vegano, superviviente cardíaco, y profeta de Funko Pop, dando conferencias, podcasts y vendiendo camisetas XXXXL con su cara dibujada en modo cómic.
Actualmente, trabaja en revivir He-Man con Masters of the Universe: Revelation para Netflix, una serie que dividió al fandom más que la reforma protestante. Algunos lo adoraron, otros pidieron su cabeza en forma de figura de acción.
Hoy en día, Smith es más famoso por sus podcasts, sus camisetas grandes y por seguir vivo después de un infarto, lo cual, para ser sinceros, es más épico que la mitad de sus películas.
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